El “Grito de Ipiranga” no nos es familiar a los tucumanos. Ni siquiera a los más enérgicos, porque bien podríamos decir que somos pasionales y solemos gritar aún sin una relación directa con Ipiranga, sobre el cuál todavía no sabemos nada. Es cierto, no podemos generalizar. De hecho, oficialmente hay 306 personas viviendo en nuestra provincia que sí saben de qué se trata. El grito fueron en realidad varios gritos que se escucharon el 7 de septiembre de 1822 en San Pablo, Brasil después de que el regente Pedro recibió la notificación de que las Cortes de Lisboa habían declarado ilegítimos tanto su gobierno como la Asamblea Constituyente que había convocado. Además le exigían el retorno inmediato a Portugal. Brasil comenzaba su proceso de independencia. El momento tomó ese nombre porque sucedió a las orillas del río Ipiranga. Esas (aproximadamente) 306 personas que saben esta historia son la cantidad de brasileños viviendo en Tucumán según el último censo de 2022 y que hoy celebrarán su Día de Independencia desde las 19.30 en la plaza Belgrano.
Es cierto, no son muchos. De hecho, de esos 306 solo 156 están registrados en el consulado brasileño de la provincia, trámite que significa una obligación para los residentes en otro país. Las razones por las que llegaron son principalmente dos: estudios y vínculos importantes. “El acceso a la universidad en Brasil es muy difícil y varios estudiantes vinieron a Tucumán teniendo en cuenta que el ingreso era gratuito para todos”, explica Marta Sousa, cónsul honoraria de Brasil en Tucumán desde hace cuatro años. Ya en la provincia, muchos de ellos conocieron a la que hoy son sus actuales parejas y decidieron quedarse, aunque la mayoría volvió a Brasil. Marta, nació en Piracicaba, en el interior de San Pablo.
Marta y los cientos de otros brasileños migraron hacia esta provincia en distintas circunstancias, pero con un mismo deseo: vivir en Tucumán. Para muchos, sería “una locura” cambiar Brasil por nuestra provincia, pero vemos que para varios no lo fue. De hecho, la cónsul intenta derribar ciertos mitos y edificar otros. “Brasil no solo es playa, carnaval y samba. Es un país con una diversidad impresionante. Tucumán es una provincia muy pequeña, pero tiene mucho que ver con nuestra tierra: tiene mucho verde, el azúcar, los ingenios… Tenemos mucho que ver con Tucumán”, insiste.
Además de conocer su tierra y la nuestra, Marta conoce a la mayoría de sus compatriotas que viven en Tucumán y responde sin ningún machete cuando se le pregunta por alguno en particular. Entre ellos menciona a Paulo Neris, un artista bahiano que conoció en Salvador a su actual pareja, hace 15 años. Una tucumana dedicada a la psicología social que había viajado a Brasil en ese momento. Luego de conocerse y ponerse de novios, se vinieron a vivir a Tucumán. ¿Por qué? “Yo trabajaba en un museo en Bahía y luego me quedé sin trabajo. Ella quería vivir conmigo en Brasil, pero entre estar desempleados allá o acá, elegimos venir acá en 2010”, confiesa Paulo.
Este artista plástico de 52 años se dedica a fabricar artefactos de iluminación y muebles con desechos que encuentra abandonados en nuestra ciudad. “Creo objetos para darles una tercera vida. Por ejemplo, una botella de vidrio. Su primera vida fue ser vidrio, su segunda una botella y yo la transformo en una lámapra, una tercera vida”, le explica a LA GACETA. Nuestra provincia no solo lo aloja desde principios de la década pasada, sino que lo ayuda como ningún otro lugar. “Tucumán aportó muchísimo a mi trabajo todo este tiempo. En la calle encuentro muchísima materia para ejecutar mi labor y materializar mis ideas. Ahora mismo estoy haciendo obras con cartón y hay muchísimo en la vereda. En Brasil, es muy difícil encontrar porque el proceso de reciclaje es más rápido y no llego a encontrar estas cosas”, confiesa.
Siempre bien recibidos
A Paulo no solo lo ayudan las calles y las dificultades para reciclar de Tucumán, sino también su gente. Paulo agradece la bienvenida que tuvo al igual que Marta, que asegura sentirse muy bien recibida desde que llegó. “Yo acá tuve una receptividad muy buena con las personas. Tuve siempre muchas puertas abiertas, pero siempre ¿eh?”, enfatiza y asegura tener historias graciosas al respecto. “Una vez iba a una entrevista de trabajo en un taxi e íbamos hablando con el taxista. Le gustó mi historia y me dijo si no quería que lo lleve a conocer a su familia. No terminé de contestar que no podía y ya estábamos estacionando en su casa. Me hizo pasar y a los gritos llamaba a su esposa e hijos para que conozcan a ‘su amigo brasileño’”, recordó.
Bióloga, un “bicho raro”
La llegada de Sonia Ziert Kretzschmar a Tucumán también tuvo que ver con los estudios, pero más que nada con el amor. Sonia (68) nació en Río do Sul, estado de Santa Catarina. Estudió ciencias biológicas en Curitiba, estado de Paraná. Muchos lugares y ninguno se conecta con Tucumán hasta que en 1981 viajó a hacer un curso internacional a San Carlos, en San Pablo. Allí conoció a Gustavo Scrocchi, un tucumano -también biólogo- que representaba al país en ese mismo curso. “Nos conocimos y estuvimos de novios cuatro meses, el tiempo que duró el curso”, cuenta Sonia. Ya separados, cada uno en su país, y después de mandarse cartas por varias semanas, se plantearon un ultimátum: “O nos casamos o nos separamos”. Por suerte para su historia y la de esta nota, eligieron la primera opción, que incluyó el arribo de una brasileña a Tucumán. “Cuando llegué en el ‘82 éramos muy pocos los brasileños. Éramos bichos raros. Todos me querían conocer, los amigos de Gustavo, los de mi suegra…”, agrega Sonia. Quizás la de los bichos raros pueda ser una figura repetida para describir al sentimiento de un inmigrante. Lo novedoso acá es que ambos se dedicaban a estudiarlos así que sabían qué pasaba dentro de Sonia. Ambos se especializan en herpetología, la ciencia que estudia la biología básica de los anfibios (sapos, ranas, salamandras, entre otras) y los reptiles (lagartijas, culebras, víboras, tortugas, cocodrilos).
La pareja se casó en julio de ese año, pero ella visitó la provincia unos meses antes para empezar a conocer y adaptarse. Justo una aclimatación en enero. “Era el peor mes de todos, un calor tremendo”, recuerda. Pero el clima fue el único que la recibió mal aquí: “Me trataron muy bien, fui muy bien recibida”. Sí tuvo que lidiar con el idioma en los primeros momentos y hasta conseguir trabajo. Primero ofició de traductora, entre otras tareas, hasta que gracias a una beca ingresó a la Fundación Miguel Lillo y allí se quedó. De allí se jubiló. Mientras, de la relación con Gustavo surgieron dos hijas también tucumanas (Marina y Victoria). “Fue toda una aventura, pero no me arrepiento”, confiesa.
Trece tiburones brasileños dieron positivo en un test de cocaínaAhora, ¿Cuánto se “tucumaniza” un brasileño? ¿Cuánto se “brasileñiza” un tucumano? “Yo amo todo de Argentina, menos el mate. Es muy amargo para mí. Los horarios, por ejemplo. Cuando voy a Brasil cenan a las 19, y yo ya estoy acostumbrada a los horarios de acá. Mi marido y yo aprendimos a hablar perfectamente el idioma del otro”, relata.
Técnicamente Sonia no se naturalizó: en un momento la obligaban a resignar a su ciudadanía brasileña para adoptar la argentina y no estaba dispuesta. De los 42 años que estuvo aquí, viajó a Brasil en todos. Sus hijas recientemente obtuvieron la ciudadanía. Ella igualmente se siente una tucumana más, con una sola objeción: “La única falla de Tucumán es que está muy lejos de la playa”.